Desnudo en estas otras aguas
he creído tus
colmillos
morderme las lágrimas
y era el viento de la
niñez
que invocaba el
ritual
de las amapolas.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Desnudo en estas otras aguas
he creído tus
colmillos
morderme las lágrimas
y era el viento de la
niñez
que invocaba el
ritual
de las amapolas.
El día en que te vi besar
la vana pólvora del
anochecer,
supe
que también los suicidios
envejecen
y la muerte paciente
enciende otro cigarrillo
para dibujar coronas
en el corto plazo
de un beso circular.
Y aquellos
que, exhibiendo la consigna
de que no hay muerte en vano,
pusieron en tu saludo un cuchillo
y mandaron a la guerra tu palabra,
¿qué sienten cuando la noche
no es más que la sombra
que sucedió al valor?
Estas son
las horas
que vencen sobre mí
y aquellas que hicieron de la noche
el espasmo de la blasfemia
son mi mano detenida
sobre la duda de tu corazón.
Hollar el paso de otras manos
en vano sabiendo
que el recuerdo
resucita
el tacto y la no
palabra,
¿no fue regalarme
y darte un motivo
para odiar la
soledad?
Vengo de nacer
en los altos cerros
con la sangre envenenada,
asistido por la noche
y en mi patria acuchillado.
Vengo de nacer
maduro de hierro vegetal
y retamas metálicas
persiguiendo Dafnes futuras
y navegando deltas hirsutos
sobre un reloj de versos.
Vengo del lejano
eco de los abecedarios
voz de imperfecto pasivo
y voy a tu antigua raza
a copular con el tacto
de los soñadores eternos
a ser padre de humanos
antes que hijo de dioses
o hermano de odio y rencor.
Alguna noche su escopeta
se cruzó en nuestros senderos:
tú disparada en los
montes,
yo despedido en el
río
y de la lejana muerte
Cristal a cristal
somos transparentes
ahuyentando la noche.
Minuto a minuto
citándonos la palabra
con un poco de
silencio.
Y en cada cigarro
y en cada labio
el tiempo pasó
deprisa
sin apagar las velas.
Me miro en los espejos
de
impoluta senectud
buscando
el gris de lo veloz.
Quizá
algún día pueda verme
reflejado
en estas aguas,
volando
su litoral atlántico
y
gaviota evocadora y distante,
sumergiendo
tu entrañable fruto
en
el transbordo de la prisa.
Para esas tardes de silencio
creé un quimérico
niño
de voz sorprendida
y a su utópica melena
sonora
confié los huesos y
las promesas,
y para que cada día
lo amamantes
prohibí al tiempo su
casa
y a la muerte mi
perdón.
De este insensato vocabulario
me
nace el dolor de antecedente
enmudecido,
como apenada
superstición
de desfiles
y
farándulas del mimo.
Pregonada
por los martillos
de
mi vena crece una blasfemia
de
eterna gestación.
Nos
apretamos en el saludo
innato
de las encinas
y
anidamos en la huella
de
retamas incendiadas
expulsados
de las altas torres
procreando
silencios arrastrados
de
vientres parcamente incoloros.
Después
de un grito profundo
soterrado
en la ingle del tacto
visitamos
los blancos pentagramas
para
bautizarlos con mi nombre
y
adelantar esta herida
hasta
el semitono liberto